Estuve en Egipto.
Ahora que las llamas son ascuas, puedo narrar un viaje extraordinario y si bien es verdad que carecía, en principio, de ese matiz de aventura e incertidumbre propio del destino geográfico puesto que estaba organizado al noventa por ciento por una prestigiosa marca comercial, no es menos cierto que implicaba la inmersión en una cultura muy diferente a la mía y teñida en cualquier caso de la magia y el misterio que pocos nombres como el de Egipto pueden ofrecer.
Y no me ha defraudado en absoluto. Antes al contrario. Me ha ofrecido mucho más de lo que esperaba y en todos los sentidos. He regresado con las pupilas saciadas de paisajes; mi piel ha saboreado el tacto del Nilo y de la arena del desierto, paladeé sus especialidades culinarias sin enfermar y mis oídos recogieron el frescor de sus mercados. Del olfato no digo nada porque sólo uso la nariz para sujertarme las gafas de sol.
Mi sed de Historia se vio colmada y la curiosidad que despertaban en mí sus gentes. La adrenalina corrió por mis venas a través del tráfico de El Cairo y pude constatar las contradicciones de un país con una compañía aérea ejemplar pero que utiliza aún el burro y el ternero como medio de locomoción. Entablé combate con sus comerciantes por unos pocos euros y también con los turistas japoneses por un espacio limitado para tomar fotos. Guardé silencio en sus templos y escuché a cuantos oriundos quisieron hablarme y compartir su hermoso país conmigo.
Hice amigos, la mejor excusa para viajar.
Sí, ahora que las llamas son ascuas, puedo narrar un viaje extraordinario. Voy con él, pero por partes. Continuará...
Ahora que las llamas son ascuas, puedo narrar un viaje extraordinario y si bien es verdad que carecía, en principio, de ese matiz de aventura e incertidumbre propio del destino geográfico puesto que estaba organizado al noventa por ciento por una prestigiosa marca comercial, no es menos cierto que implicaba la inmersión en una cultura muy diferente a la mía y teñida en cualquier caso de la magia y el misterio que pocos nombres como el de Egipto pueden ofrecer.
Y no me ha defraudado en absoluto. Antes al contrario. Me ha ofrecido mucho más de lo que esperaba y en todos los sentidos. He regresado con las pupilas saciadas de paisajes; mi piel ha saboreado el tacto del Nilo y de la arena del desierto, paladeé sus especialidades culinarias sin enfermar y mis oídos recogieron el frescor de sus mercados. Del olfato no digo nada porque sólo uso la nariz para sujertarme las gafas de sol.
Mi sed de Historia se vio colmada y la curiosidad que despertaban en mí sus gentes. La adrenalina corrió por mis venas a través del tráfico de El Cairo y pude constatar las contradicciones de un país con una compañía aérea ejemplar pero que utiliza aún el burro y el ternero como medio de locomoción. Entablé combate con sus comerciantes por unos pocos euros y también con los turistas japoneses por un espacio limitado para tomar fotos. Guardé silencio en sus templos y escuché a cuantos oriundos quisieron hablarme y compartir su hermoso país conmigo.
Hice amigos, la mejor excusa para viajar.
Sí, ahora que las llamas son ascuas, puedo narrar un viaje extraordinario. Voy con él, pero por partes. Continuará...
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