domingo, 11 de octubre de 2009

Un búnquer en Berlín

Estuve en un búnquer, en Berlín.

Guiados por un simpático voluntario de origen latino, miembro de la Sociedad para la Investigación y Documentación de Estructuras Subterráneas de Berlín, recorrimos un espacio único y sensitivo.

La citada asociación mantiene e investiga sobre las construcciones subterráneas de Berlín, principalmente derivadas de la Segunda Guerra Mundial, aunque no exclusivamente. El experto estuvo prolijo en explicaciones. Al fin y al cabo, éramos cuatro quienes le acompañábamos, algo muy diferente de los treinta o más que suele manejar en sus excursiones habituales. Tan escaso número nos permitió un viaje a placer, cercano y amigable.

Así, nos mostró un nuevo engaño del gobierno nacional socialista a su propio pueblo, haciéndoles creer que se alojaban en búnqueres donde estarían a salvo de los bombardeos, siendo ésto imposible dadas las dificultades de la ciudad de Berlín para construir, debido a sus capas geológicas, bajo su superficie. Quedaban claras las artimañas psicológicas para que la población se sintiera segura, así como la astucia que había que desarrollar para mantener vivas y con cierta esperanza a miles de personas que se refugiaban en los subterráneos huyendo de las bombas.

Entre muchísimos objetos de la guerra, perfectamente conservados, pudimos contemplar los retretes de serrín, los ficheros de los soldados esclavos rusos, los materiales "didácticos" para los niños, las salas donde aguantaban entre bancos a la medida establecida los ataques de los aliados y los rusos, sus literas, sus enfermerías, sus sistemas de aireación aprovechando el paso de los trenes del metro, restos de armas y uniformes, etc.

En definitiva, un viaje asombroso por un mundo oculto bajo nuestros pies y en el que los seres humanos desarrollaron un modo de sobrevivir al desastre que supone perder una gran guerra.

Si se va a Berlín, es una visita obligada.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Berlín

Estuve en Berlín.

Y me encantó. Desde el momento en que llegamos, la ciudad mostraba y demostraba una vitalidad maravillosa. Quizá, tuvo mucho que ver con ello que se estaban celebrando los mundiales de atletismo en la ciudad del oso, pero, aún así, daba gusto pasear por sus amplísimas avenidas, o por las escondidas calles llenas de encanto, siempre rodeados de gente de buen humor y ganas de disfrutar de la urbe.



No dejamos nada por visitar. El hotel estaba situado en plena Plaza de París, es decir, a veinte metros de la puerta de Brandeburgo. Muy cerca, la Plaza de Postdam, con edificios increíbles y con el semáforo más antiguo de europa. No muy lejos, Check Point Charly, paso fronterizo entre las dos Alemanias, el Parlamento, con su cúpula de cristal que se puede ir bordeando en un paseo, los búnqueres (que merecen un post por sí solos) y cientos de impresionantes lugares más.

Aún conserva una gan cantidad de Muro. Los trozos de piedra que se venden en las postales son de Taiwan. Pero todo el perímetro del Muro está de algún modo señalado, para que a nadie se le olvide lo que significó. Es emocionante cruzar la línea con un sólo paso cuando muchos otros antes murieron al intentarlo.

La Segunda Guerra Mundial está muy presente en muchos lugares de la ciudad, al igual que el recuerdo de la barbarie nazi contra los judíos.

El museo de Pérgamo es una pasada si te gusta la cultura helénica, alAñadir imagen igual que el busto de Nefertiti expuesta en el museo egipcio y la catedral protestante es bella por dentro y por fuera. Recomendable un paseo en barco por el río y, por supuesto, la cerveza acompañada de grandes salchichas.










Absolutamente recomendable visitar Berlín, una capital de primera línea, una ciudad hecha para ser disfrutada. Lo dicho, me encantó Berlín.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Auschwitz

Estuve en Auschwitz.

Por el camino, la mirada perdida por el paisaje polaco a través de la luna del vehículo, trataba de mentalizarme sobre lo que me iba a encontrar. Como es fácil imaginar, fue del todo imposible.

Al llegar al complejo, adquirimos las entradas y tomamos el receptor de audio y unos auriculares con los que escucharíamos las explicaciones e indicaciones en español por parte del guía.

La guía resultó ser una mujer de unos treinta y tantos, muy delgada, con unos ojos azules clarísimos y una voz dulce y triste. Tras las instrucciones técnicas precisas sobre el material de audio, comenzó la visita.

Yo tenía la garganta atascada, sufría fuertes palpitaciones y todavía no había empezado el recorrido.


Lo primero que muestran, y por donde se pasa inevitablemente, es la entrada al campo, con el arco metálico en el que se puede leer, en alemán, "El trabajo os hará libres". A partir de ahí, el alma no se recupera, contraída en el rincón más recóndito del cuerpo, suplicando por no ver ni oir lo que los ojos y los oidos recogen y que, ahora, soy incapaz de narrar o describir.


Ni me atrevo. Al menos, hasta que el tiempo me permita digerir semejante impacto emocional. Recuerdo las palabras del conductor de nuestro coche cuando salimos del campo, en silencio, pálidos, todavía con las heridas abiertas por las lágrimas en nuestras mejillas. Dijo: Are you shocked? Era la descripción exacta. Estábamos en estado de choque.


Mi mujer me preguntaba sobre qué podría escribir yo acerca de esta traumática (aunque debiera ser obligatoria para todo ser humano) experiencia. Lo único que me atrevía a pensar era que escribiera lo que escribiese, sólo podría tener un verbo, el verbo "ser" y mis impresiones serían nada más y nada menos que un listado de las cosas que fui y soy al recordar cuanto tuve la oportunidad de conocer en el campo de exterminio de Auschwitz.


De aquel impacto emocional, que, por supuesto, cambió mi concepto de la vida entre mis semejantes y dessemejantes, surgió este "Himno de los ausentes".

Himno de los ausentes





Soy un nombre, Auschwitz,
soy sus letras,
de la A a la Z,
analogía del todo porque todo soy,
el significado de su unión como palabra,
el dolor de su asociación.
Soy "El",
soy "trabajo"
soy "os"
soy "hará",
soy "libres".
Soy el impacto de su perversidad.
Soy la tierra bajo el arco de metal,
cada grano de ella.
Soy el barracón,
soy todas las habitaciones,
cada ladrillo,
cada teja,
cada cristal de ventana,
cada rayo de luz a su través.
Soy cada catre,
las mantas espeluznantes,
cada uno de sus hilos,
cada madero,
cada travesaño,
cada una de sus astillas.
Soy cada zapato, cada bota,
su tacón roto,
su puntera doblada,
los pies imaginados,
los pasos dados,
las suelas gastadas,
los veinte mil pares como hermanos,
hacinados,
repudiados, pisados.
Soy cada lente,
cada monóculo,
todas las gafas
como ojos ciegos arrancados
y los cepillos de dientes,
cada púa, rota.
Soy las maletas,
las direcciones blancas de tiza,
calle, número, ciudad,
nombre, apellidos,
cada trayecto de sus esquinas reforzadas,
cada asa, cada mango,
cada huella de mano,
cada hebilla cerrada.
Soy el pelo,
todo el pelo,
toneladas de pelo,
las alfombras de pelo humano,
las camisas de pelo humano,
el pelo rubio y el moreno,
el mismo color gris para todo el pelo.
Soy la urna de pelo.
Soy las fotos de los rostros,
los retratos de dolor,
los de horror,
los de rabia,
los de miedo.
Soy sus ojos, sus miradas a la cámara,
soy sus ojos, sus pupilas, sus iris,
sus despedidas,
sus últimos recuerdos felices,

sus labios, sus besos,
sus dientes.
Soy la mujer coqueta sonriente,
soy la mujer vieja, la joven
y la niña.
Soy el hombre,
su cabeza sin cabellera,
su ira, su desprecio, su cobardía,
su valentía.
Soy su dignidad aniquilada,
soy su honor,
su protesta y el dolor de su castigo,
soy su ignorancia,
la ceguera voluntaria de su ignorancia,

su gregarismo,
soy uno más de la fila.
Soy la celda,
la celda de castigo,
la celda de más castigo,
soy el cubo de la mierda,
soy el cubículo minúsculo,
soy la postura erguida,
soy la musculatura retorcida,
soy su oscuridad profunda,
soy la cucaracha rastrera,
soy el tiempo congelado entre gemidos,
entre alaridos,
la incertidumbre,
el miedo a morir,
el miedo a morir solo.
Soy el huérfano,
la viuda,
la huérfana y el viudo.
Soy el verdugo,
el rostro sonriente del verdugo.
Soy cada pariente
y todos los parentescos
y el amigo
y también el enemigo.
Soy el delincuente vigilante,
el preso abusador
y su despiadado abuso
y la orden tajante
y la voz estridente de la orden tajante
y la violación impune
y el hambre
y la sed,
la enfermedad,
el intestino vacío,
el parásito y la diarrea.
El insulto soy,
la blasfemia,
la oración,
la bofetada,
el tiro en la frente,
la bala,
la pólvora de la bala,
el gatillo,
el dedo en el gatillo,
la patada en la boca,
el escupitajo,
el charco de escupitajos,
de vómitos,
el montón siseante de andrajos.
Soy el letrero de aviso,
la calavera y las tibias,
el alambre de espino,
cada púa de espino,
la electricidad intermitente,
la duda eléctrica.
Soy el jefe del campo,
el alto oficial de alto rango,
su vivienda de lujo al otro lado del bosque.
Soy su esposa
y sus hijos
y sus graciosas mascotas
y sus desayunos con zumo
y su almohada de plumas.
Soy su reposo
y su conciencia.
Soy su estilográfica,
su firma.
Soy el taconazo a su paso,
su gorra de plato,
su cruz de hierro,
su sentido del deber.
Soy su acatamiento.
Soy sus escrúpulos,
su falta de escrúpulos.
Soy la garita
y el centinela.
Soy su vigilancia
y su sueño nocturno.
Soy su misión y su cometido,
su ausencia del frente de batalla,
soy su carta a la esposa,
soy la foto de su novia.
Soy su trago de saliva,
su disparo certero,
su compasión,
su desprecio.
Soy el fugado.
Soy la represalia.
Soy cada décimo prisionero,
soy el noveno y el undécimo.
Soy el recuento,
soy las horas en pie,
el alba helada,
el crepúsculo gélido,
soy el desnudo en formación,
el desnudo aterido, entumecido,
el desfallecimiento.
Soy la horca del escarmiento,
la cuerda,
el nudo, el crujido del cuello,
la lengua gorda y fuera,
la meada moribunda,
el testigo,
el compañero testigo,
soy el siguiente.
Y soy el tren,
el maquinista,
el vagón miserable,
invisible,
el convoy invisible,
el mal olor a sudor y pavor,
la mano flácida entre las rejas,
el rail, el travesaño, el clavo,
el último tramo.
Soy el cambio de aguja,
soy el operario del cambio de aguja.
Soy a la derecha o a la izquierda.
Soy el destino resultante,
el destino consecuente,
la muerte ahora, la muerte más tarde.
Soy el descargador,
soy los gritos del sargento,
los culatazos del fusil,
las patadas de la bota,
las bromas,
soy la amabilidad engañosa,
soy el hombre por aquí,
la mujer por allí,
el niño con ella,
el hatillo de ropa.
Soy la columna desdichada,
el examen médico,
el diagnóstico,
el más afortunado,
el más desgraciado.
Soy el médico,
su dedo índice,
su ojo clínico,
su juramento de Hipócrates,
el lápiz, la libreta,
el número,
la piel con el número.
Soy la estufa sin carbón,
el hueco negro de su canal frío,
la litera,
la chimenea,
la ducha,
la gran mentira.
Soy la ropa a un lado.
Soy el paso descalzo,
el titubeo,
el pudor,
soy el aseo mentiroso.
Soy el gas mortal.
Soy el Ciclón B, la etiqueta comercial.
Soy la tapa de la lata,
la lata llena,
la lata vacía.
Soy el reciclaje del metal,
la mentalidad del ahorro.
Soy la lluvia letal.
Soy la certeza en el postrer momento,
el fin de la duda.
Soy la húmeda muerte,
los gritos,
la desolación,
la angustia paralizante,
las manos crispadas a lo alto,
los abrazos,
los abrazos buscados,
los abrazos encontrados,
los abrazos vacíos,
los abrazos fallecidos,
los fallecidos abrazados,
los montones de bultos,
desnudos.
Soy el aliento último,
soy la mirada vacía,
la lágrima tardía,
el goteo del difusor.
Soy el cuerpo,
cada cadáver cadavérico,
cada escuálido tatuado miembro,
cada nombre y su eco infinito.
Soy la carretilla con despojos.
Soy la llama,
soy la leña, la puerta del horno,
el cerrojo.
Soy el olor a quemado,
el humo negro,
la columna ponzoñosa.
Soy la solución final.
Soy la puta solución final.


Soy los ausentes.
Cada una de sus presencias.
Soy la atrocidad,
la festividad infernal.
Soy el recuerdo
y soy el olvido.
Soy todos ellos.
Soy el muerto,
el superviviente.
Soy el superviviente muerto.
Soy los muertos. Soy los vivos.
Soy judío.

martes, 8 de septiembre de 2009

Mina de Sal de Wieliczka

Estuve en la Mina de Sal de Wieliczka.

En las proximidades de Cracovia (Polonia) se encuentra una instalación minera de sal espectacular. Con más de 300 km de longitud y una profundidad de 327 metros, alberga en su interior todo un mundo construido en sal. Talleres, túneles, bóbedas, capillas, entre las que destaca la de Santa Kinga, un increible templo en el que actualmente se ofrecen servicios religiosos y culturales.

En su interior el microclima es altamente terapéutico (de hecho se realizan tratamientos) dada la puerza de su aire.

La visita es obligada. Sólo puede realizarse con guía especializado y para comenzar se descienden 380 escalones (64 metros) por una angosta escalera. El recorrido termina a 135 metros de profundidad, de los que se asciende por un minúsculo ascensor en el que se aprietan nueve personas (la guindilla para un claustrofóbico que se atreva a realizara esta excursión).


Declarada Patrimonio Natural y Cultural de la UNESCO, no me importó lo más mínimo ser uno del millón de visitantes que recibe al año, y eso que los espacios minúsculos me ponen algo nervioso.

Se puede pasar la lengua por las paredes. Va con los escrúpulos de cada cual.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Cracovia


Estuve en Cracovia.

Después de unos días en Praga, marchamos hacia Cracovia, la antigua capital de Polonia.

De camino al hotel nos detuvimos en una plaza llena de sillas. Fue en ella donde los nazis congregaron a los judíos de la localidad con la promesa de trasladarles a un sitio distinto. Acudieron con sus enseres, sus maletas, algunos muebles, lo que consideraron de valor. Los nazis se los llevaron a todos, pero todas sus pertenencias allí quedaron, testigos mudos que gritaba con su presencia. Las sillas son un monumento conmemorativo que, efectivamente, te conmociona en tu primer contacto con la ciudad polaca. También en esta ciudad se hallaba (se levanta aún con las misma puerta principal) la fábrica de Schindler, el empresario que salvó a cientos de judíos del holocausto registrando en su empresa el doble de trabajadores de los que en realidad tenía. La ciudad aún conserva un trozo del muro que delimitaba el gueto judío.


Visitar Cracovia prometía hacernos un nudo en el corazón. No defraudó.

La ciudad es muy hermosa. Me gustó más que Praga, pero aún no ha entrado el suficiente dinero. todo llegará. Destacan su plaza del mercado, la más grande de tipo medieval de toda Europa, con un ambiente formidable de día y espléndido de noche. Contiene la bella iglesia gótica de Santa María.

Destaca especialmente el castillo real, en el que residieron en su momento los Reyes Católicos y que conserva su dragón (aunque sólo sea legendario).








La cerveza también es de primera.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Karlovy Vary


Estuve en Karlovy Vary.

Es una pequeña ciudad cerca de Praga y junto a la frontera con Alemania. Está llena de luz (y de gente). En realidad es un complejo hotelero, muchos de sus establecimientos son de gran lujo, y de balnearios, que ha resistido diversas invasiones sin ser destruida. Es famosa por sus fuentes con aguas termales, algunas a más de 72 grados. Fundada por Carlos IV, cuenta con hermosos edificios en estilo imperial y jardines victorianos.









Resulta curioso de ver. Pero nada más. Es la segunda ciudad más visitada de la República Checa. Para turistas incorregibles.




Por sus columnatas, para mí, lo más bello de la ciudad, el poeta Goethe se enamoraba y dejaba de enamorarse cada vez que la visitaba, y lo hacía con frecuencia, siguiendo al rey.
Debe ser una ciudad muy hermosa de visitar en otoño, pues está edificada en lo más profundo de un valle circundado por frondosos bosques.

La cerveza sigue siendo checa. Eso ayuda.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Praga

Estuve en Praga.

Y me llevé una gran desilusión. Quizá, las expectativas eran muy elevadas, tan fabulosa me la habían pintado voces amigas. Sí me pareció una ciudad preciosa, de eso no me cabe ninguna duda, pero no sufrí el impacto que esperaba.

Intentando no ser injusto con esta bella ciudad, hubo momentos en que me sentí en un parque temático del neoclasicismo. Todo en la ciudad está orientado hacia el turista, subespecie humana cultural que en agosto había proliferado en la capital checa hasta niveles agobiantes.

Podemos contemplar hermosos edificios, admirar diferentes torres, el famoso reloj astronómico, recapacitar en la Plaza de San Wenceslao (recordad la Primavera de Mayo y los tanques soviéticos), pisar el puente de San Carlos (si nos dejan los turistas) o visitar el castillo que, en realidad, es un palacio.

Hay que tener cuidado con las carteras y no sólo por los cacos. Un café capuchino cuesta cinco euros en cualquier terraza. Pero la cerveza es de primera, todo sea dicho.

Resulta muy interesante su barrio judío, aunque quedan pocos restos y muy ilustrativo su peculiar Teatro Negro, virtuoso espectáculo mediante sombras, con el que en su día burlaban la censura soviética.





En definitiva, me sentí satisfecho por haber visitado tan afamada ciudad. No fue lo que esperaba, pero nada debe ser desdeñado si ha entrado por los sentidos y el cerebro lo ha triturado. Cualquier viaje enriquece y éste no lo hace menos. Es fundamental, llevar una buena guía que nos explique qué vemos y el porqué de tanta historia, pero, entre nosotros, me gustó más Brujas.


viernes, 8 de mayo de 2009

Cantabria (y II)

Segunda etapa.

El día siguiente transcurrió entre Santoña y Santander. En Santoña admiramos las marismas con la marea alta, un paraje precioso. Era día de mercadillo y lo instalan en el polígono industrial de la localidad. Las empresas conserveras aprovechan para abrir sus mostradores de venta al público y, aconsejados por un amable vecino, nos dirigimos a una empresa en particular, de la que he olvidado el nombre pero que recuerdo tenía tres enormes anchoas pegadas a su fachada. Compramos muchas anchoas en frasco de cristal a buen precio, así como bonito y boquerones en vinagre. Nos regalaron un frasco de agujas, por ser el primer cliente del día y por la conversación.


Después de las compras, nos fuimos a Santander. Aparcamos en el paseo marítimo, frente a la playa de la Concha y bajamos hasta la del Sardinero para admirar el paisaje que desde allí se contempla. Sin embargo, era un día ideal sólo para surferos del aire que soplaba y que hacía incómodo y desagradable el paseo. Desandamos el camino hacia arriba, playa del Sardinero, playa de la Concha y playa del Camello y llegamos a los jardines del Palacio de la Magdalena, donde el aire era soportable. Admiramos las vistas del lugar. Se ven las cumbres nevadas de los Picos de Europa por un lado, el faro, las playas, el propio Palacio, el zoo por el otro. Allí comimos, en uno de los restaurantes junto al Casino y luego regresamos al hotel.








El día había ido estupendamente hasta que llegó la hora del Madrid-Barsa. Lo vimos en una cafetería de Laredo, junto a mucha gente, la mayoría culé. ¡Ay, qué disgusto más grande!

En cualquier caso, fue una escapada increíble. Desconexión total. Nos fuimos de Cantabria con el firme propósito de regresar y conocer lo mucho que habíamos dejado de visitar.

domingo, 3 de mayo de 2009

Cantabria

Estuve en Cantabria.

Primera Etapa.

Aprovechando el puente de mayo, me acerqué con mi esposa a esta exhuberante tierra de la que apenas conocía la ciudad de Santander. Desde Burgos nos acogió un intenso aguacero que, junto con los numerosos túneles que, como lombrices, horadan los verdes montes, volvieron loco al GPS y provocó que nos perdiéramos por sinuosos caminos que atravesaban oscuros bosques de eucalipto en dirección al Parador de Limpias, donde teníamos prevismo hospedarnos.

El Parador de Limpias resultó ser un hermoso palacio del siglo XX al que se accede atravesando un pórtico de piedra, en el que desentona un semáforo en verde que autoriza el tránsito. El edificio está rodeado de un frondoso bosque de eucaliptos, magnolios formidables, avellanos, robles y castaños que lo envuelve todo en diferentes tonos de verde.

A la mañana siguiente, bien temprano, nos dirigimos a la ciudad costera de Laredo, que nos mostró desperezándose una bahía perfecta que se abarca con la mirada. Al fondo se divisaba Santoña, que también habríamos de visitar. La playa de Laredo es amplia y acogedora e invita a disfrutarla de mil maneras.


Después de caminar por su paseo marítimo, nos pusimos de nuevo en marcha en coche y atravesamos la localidad de Hazas, a apenas seis kilómetros de Laredo, en dirección a la playa de San Julián, un paraje que resultó ser expectacular con sus acantilados, vigilados por buitres armados de paciencia, aunque nos costó encontrarlo porque la playa se encuentra destrás de las montañas y eso es algo que desorienta.


Después, entramos en el valle de Guriezo y, de camino a El Puente, en la localidad de Rioseco, encontramos la monumental iglesia de San Vicente de la Maza, enclavada en un pequeño promontorio, solitario templo rodeado de bosques que lo sumen en una penumbra mística y húmeda.





Finalmente, llegamos a la localidad turística de Castrourdiales, donde dimos un paseo por el puerto, que rebosaba ambiente y bullicio, con niños compitiendo en carreras de sacos, regatistas que guardaban la trainera para posteriores competiciones y turistas como nostros cámara en mano. Predomina en esta localidad el más puro acento de pueblo pescador, dominado por la iglesia de Santa María, el castillo-faro y el puente de Santa Ana.