En las proximidades de Cracovia (Polonia) se encuentra una instalación minera de sal espectacular. Con más de 300 km de longitud y una profundidad de 327 metros, alberga en su interior todo un mundo construido en sal. Talleres, túneles, bóbedas, capillas, entre las que destaca la de Santa Kinga, un increible templo en el que actualmente se ofrecen servicios religiosos y culturales.
En su interior el microclima es altamente terapéutico (de hecho se realizan tratamientos) dada la puerza de su aire.
La visita es obligada. Sólo puede realizarse con guía especializado y para comenzar se descienden 380 escalones (64 metros) por una angosta escalera. El recorrido termina a 135 metros de profundidad, de los que se asciende por un minúsculo ascensor en el que se aprietan nueve personas (la guindilla para un claustrofóbico que se atreva a realizara esta excursión).
Declarada Patrimonio Natural y Cultural de la UNESCO, no me importó lo más mínimo ser uno del millón de visitantes que recibe al año, y eso que los espacios minúsculos me ponen algo nervioso.
Se puede pasar la lengua por las paredes. Va con los escrúpulos de cada cual.
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