miércoles, 2 de marzo de 2011

Granada

Desde las Navidades, que nos regalaron una estancia en el Parador de Granada, estábamos ansiosos por encontrar ese fin de semana propicio para disfrutar del regalo. Tras un intento infructuoso hace unas semanas, cuando el coche a mitad de camino entre Madrid y Granada decidió averiarse, por fin llegó el gran día.

El sábado hacía un día espléndido, con un sol radiante y 17 ó 18 grados que invitaban a anticipar la primavera.

Y nada más llegar, ya se siente uno especial. Seguimos las indicaciones hacia la Alhambra y nos topamos con el enorme parking donde aparcan quienes van a visitar el fabuloso monumento, pero dejamos a todos los visitantes a la derecha y seguimos con nuestro vehículo adelante por una estrecha calle. Tiendas de recuerdos y hoteles y, de pronto, un desvió a la derecha indica al Parador. Lo tomamos y paramos ante una barrera. Un vigilante de seguridad nos pregunta y le contestamos, no sin cierto orgullo, "vamos al Parador". Comprueba que tenemos la reserva y levanta la barrera. A partir de aquí somos unos auténticos privilegiados.

Serpenteamos por el camino, doblamos a la derecha después de pasar una torre y atravesamos un pequeño pórtico junto al que, modestamente un cartelito dice "Alhambra", un cartel de una sencillez que conmueve al pensar lo que realmente supone esa mágica palabra. Estamos dentro, subimos muy despacio pues hay mucha gente que nos mira con curiosidad, ya que todos ellos van andando y llegamos hasta la puerta del Parador. Llamo al timbre de la entrada del aparcamiento, nos abren y, antes de salir del coche, ya nos espera un empleado del hotel que es todo amabilidad y simpatía. Nos toma las maletas y se queda con las llaves del coche. Lo aparcará después. Bueno, más que aparcar, lo que hará será jugar al tetris con los coches en el reducido espacio.

Papeleo, firmas, y llave. Entramos en la habitación y nos encanta. Quién diría que de un exterior de convento pueden deducirse unas habitaciones con tal nivel de confort y modernidad. Todo un lujo. Era la hora de comer y el mismo recepcionista nos reservó una mesa en el comedor. También te gestionan las entradas para entrar en La Alhambra, si se desea. No hace falta que entre en detalles sobre la calidad de la comida, ¿o sí? Yo me pedí el menú nazarí y me chupé los dedos sin vergüenza alguna. Mi mujer una crema de calabaza y pulpo, lo mismo. Y los postres, aún mejores.

El resto de la tarde lo pasamos en Granada, recordando viejos tiempos pues hacía catorce años que vivimos en tan hermosa ciudad. Nos reencontramos con el mismo cine al que solíamos ir y que nada ha cambiado desde entonces. Ahora tiene un aspecto cutre, pero entonces era lo que había. Entramos y vimos "El cisne negro", un peliculón. Después, dimos un paseo y acabamos cenando unas tapas en "Las Cuevas", donde sirven unas cocretas de bacalao gigantescas y riquísimas. Un nuevo paseo hacia el Parador, con una cuesta arriba ideal para bajar la cena y de nuevo en el Parador que, de noche, no pierde ninguna de sus sugerentes estampas.

La mañana siguiente la dedicamos al Parador, que desde hace unos meses ha sido convertido también en museo. Tienen un itinerario perfectamente señalado y explicado que es una delicia y permite visitar unos rincones de ensueño, además de gozar de unas vistas sobre la Alhambra impresionantes desde unos jardines que, en su día, fueron diseñados siguiendo las descripciones que el Corán hacía del Paraíso. ¿Cómo no van a ser fantásticos? Es difícil emplear calificativos para describir los paisajes que nos llenaban los ojos. Si acaso decir que uno no querría marcharse nunca de allí. Descubrir que cuantos pasan por ese entorno quedan cautivados, hechizados, maravillados. No es de extrañar que cuantos escritores, poetas, pintores, artistas en general cayeron bajo su embrujo, compusieran obras de enorme calidad inspirados por la luz, el susurro del agua de las fuentes, el horizonte del Albaicín, los arañazos cariñosos de los campanarios al cielo y el caminar por los suntuosos jardines de La Alhambra.

Mucho se ha escrito con enorme sensibilidad y arte sobre un lugar impresionante y no voy a ser yo quién compita por alcanzar semejantes cotas, no aspiro a tanto, pero de algo no tengo la menor duda, tanto mi mujer como yo, nos marchamos enmudecidos primero y pletóricos después cuando planeábamos cuando volver a La Alhambra y a su Parador.

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