viernes, 26 de noviembre de 2010

¿Cómo saber...

si el viaje mereció la pena? Para mí, la respuesta está clara: si las emociones me ambargan al terminar la travesía e impiden que organice mis ideas al respecto, tiñéndolas de tanto color emocional que ni puedo describirlas, entonces, el viaje mereció la pena.

Me sucedió en Estados Unidos, fundamentalmente en Las Vegas y en Nueva York; también, y muy fuertemente, en Auschwitz, Polonia, y, por supuesto, en Egipto.

Evidentemente, vistos los ejemplos, las emociones no tienen que ser del todo positivas, tales como el asombro, la curiosidad saciada o la felicidad por la aventura superada. También pueden ser el dolor profundo, la angustia y la desesperanza. En cualquier caso, son emociones muy intensas que afirman la vitalidad de la existencia que un viajero reconoce en sus viajes.

Es "quedarte sin palabras" lo que mejor describe la idea. Una frase horrible para un escritor. Sólo el tiempo permite que las palabras lleguen a la boca o a la pluma y que muestren a otros, con mayor o menor acierto, las emociones que semejantes lugares me han provocado.

Por lo tanto, el viaje a Egipto, viendo todo lo que he tardado en escribir su crónica, ha sido uno de esos que merece la pena realizar, un lugar que hay que descubrir levantando con tus propias manos el telón de su realidad para que el verdadero Egipto penetre en todos los sentidos. Y, si es posible, regresar.

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