jueves, 25 de noviembre de 2010

Policías y más policías

Los sociólogos que estudian la percepción subjetiva de la seguridad o inseguridad ciudadana debaten sobre el efecto positivo o negativo de la mayor o menor presencia policial en las calles (¡Toma conjunciones!). En Egipto no debe haber sociólogos interesados en este tema o, simplemente, lo tienen tan claro que deslumbra la evidente conclusión a la que han llegado. La proporción entre policías y turistas visibles parece ser aplastante a favor de los primeros.

Por supuesto, en cualquier lugar con interés turístico del país, aunque sea menor, hay muchos policías, algún vehículo y parapetos de hierro listos para un tiroteo con armas automáticas. Si, además, el enclave turístico es destacado, resulta imposible hacer una foto en la que no aparezcan armas o uniformes.

En los cruces, en los colegios, en los hoteles, en los restaurantes, en los templos, en los edificios oficiales y oficiosos, en los mercados, en las avenidas importantes y en las callejuelas. ¿Qué pasa? ¿Tantos hay? Pues tantos debe haber.

Van con cada grupo de turistas. Si se baja un grupo del barco para visitar unas ruinas, entre uno y cuatro le acompañan. Normalmente, uno de paisano, pero con metralleta al hombro, y varios de uniforme. Es verdad que lejos de la capital, aunque el número de policías que vigila y custodia la memoria milenaria de tanta piedra tan bien amontonada no disminuye, su aspecto se deteriora. Los uniformes están desgarrados, las botas no tienen cordones y parecen peces boquiabiertos, aunque todos, sin excepción, portan fusil.

Alguno, incluso, abre una valla metálica para permitirte hacer fotos que a los demás está vedado a cambio de una moneda, pero si me preguntan sobre esto, lo negaré ante el juez. También negaré que he visto a los guías deslizar en los bolsillos de algún policía un billete para, supongo, obtener un mejor y más rápido acomodo de sus grupos de turistas. Como todo en Egipto, parece que también los policías se buscan la maña para ganarse la vida y yo no voy a ser quien critique eso.

También asumo la incomodidad que supone el haber sido cacheado (algunas veces con mosqueante intensidad en las palpaciones) innumerables veces, y el haber cruzado por infinitos arcos de detección de metales y haber introducido mi mochila por incontables cintas de rayos x.

Pero no encontré ningún sociólogo que me preguntara si me sentía más seguro... o más intimidado.

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